Primavera en celo


                                                     Primavera en celo
    El 21 de marzo de 1951, Miércoles Santo, cruzaba yo la Plaza Nueva y me abordó un italiano muy expresivo preguntándome que dónde había una barbería.  Si yo tenía veinte años, él podría llevarme cinco años por lo menos. La italiana es lengua que un español más o menos entiende aunque no la hable, como era mi caso, y opté por acompañarlo a una barbería que había en la calle Barcelona.  Al irme a despedir, el italiano me dijo que no me fuera, que entrara con él y le explicara al barbero lo que quería que le hiciera, que era ammorbidire su frondosa cabellera.  A mí me parecía que la traducción más cosmética y peluquera de  ammorbidire sería “suavizar”, y el caso es que el barbero no lo entendió, hizo lo que le pareció, yo no me pude largar y el italiano me dijo ser giornalista, laureato in Filosofia e Lettere, amico di Papini, al que le había escrito una tarjeta postal que me mostró.  Quería conocer y entrevistar a un pintor importante de Sevilla y nadie más indicado que Romero Ressendi, así que nos fuimos en busca de su primo Luis Romero, que además sabía italiano por haber asistido a los cursos para extranjeros de Perusa, y que vivía en Marqués de Paradas. No lo encontramos. Dejé a Cassieri en el Hotel Biarritz, donde paraba el grupo, y nos citamos para después de comer. Ya por la tarde, totalmente per caso, nos topamos en la calle con Luis Romero. Hice las presentaciones, se saludaron con grandes aspavientos, y Luis nos explicó que su primo se había fugado con una francesa y estaban en el Hotel Oromana, de Alcalá de Guadaira, donde no recibía visitas.  Teníamos que conformarnos con ir a su casa a visitar a su mujer, que vivía frente a la catedral, junto al Colegio de San Miguel, en una casa de fachada gótico-veneciana.  Esta nos recibió de pie, lo recuerdo por sus chapines de tacón alto, muy compuesta y vestida de negro. Tenía una hermosa mata de pelo negro y estaba gordísima.  No era difícil reconocerla en un retrato de medio cuerpo y medio perfil que el marido le hizo con los hombros desnudos y el seno descubierto hasta el límite de lo permisible.  Cassieri preguntaba y Luis traducía. Ella no ocultaba su aflicción y su despecho por el reciente abandono, pero aun así nos explicó que Baldomero era un ser maravilloso, pues no sólo era un gran pintor y dibujante, sino que bailaba flamenco, tocaba la guitarra  y montaba a caballo como nadie.
  
(Retrato de Antonio Bienvenida por Baldomero Romero Ressendi)    
Al salir, en las sillas colocadas frente al Sagrario,  estaba el grupo con el que venía Cassieri, en el que nos presentó a un señor mayor,  que era general.  No me quedé con el nombre, pero me late, como decimos en México, que era el general De Lorenzo, por algo que pasó años más tarde, viviendo yo en Italia.   
(General Giovanni De Lorenzo)
 Luis Romero se despidió. Vimos pasar dos o tres cofradías, pero Cassieri era culo de mal asiento y lo que quería era chiavare a toda costa, palabra cuyo significado sabía yo por Luis Romero.  Traté de explicarle que era Miércoles Santo y que en un día así lo menos indicado era ir de picos pardos, pero él no me oía e insistía con tal vehemencia que lo llevé a la Europa, a las Siete Puertas, que entonces se llamaba Saratoga, y que por suerte estaba cerrado. Lo dejé en el Biarritz y quedamos para el día siguiente, Jueves Santo.
    Como Luis Romero no estaba disponible, tuve que buscarme otro trujimán, y ninguno mejor que Angelito Medina, que hablaba italiano de corrido, y quedamos en vernos por la tarde. Pasé por el Biarritz  y mi flamante amigo escribía en uno de los balconcillos de la planta baja.  Lo dejé trabajando y me fui a ver pasos.  … Después de almuerzo me fui a Canalejas (residencia Universitaria del Opus Dei) en busca de Angelito y juntos nos dirigimos al Biarritz.  Cassieri estaba eufórico y, hechas  las presentaciones, le faltó tiempo para decirme, con su amplia sonrisa y su mirada desorbitada:
    - Ieri ho chiavato! Due volte! Una cordobana!  Bellissima!
    - ¿Qué, qué dice? – preguntaba Angelito, a quien obviamente ni los jesuitas ni los del Opus habían enseñado ciertas expresiones coloquiales.
    No recuerdo bien cómo salí del paso y procuré cambiar de tema, aunque Cassieri se las compuso para decirme que un camarero del hotel le había facilitado las cosas. 
   Nos fuimos los tres y echamos la tarde, hablando ellos de poesía y de literatura y de filosofía, y yo de oyente, y por lo menos aprendí, a fuerza de oírselo a Angelito, que “catolicismo” se decía en italiano cattolicésimo.  Los dejé a las ocho y media en la Torre el Oro y me fui a ver cofradías por mi cuenta.
    El Viernes Santo no hubo noticia de Cassieri.  Angelito vino a decirme que le había perdido el rastro. Por fin el Sábado de Gloria, después de la siesta, aparecieron los dos juntos en mi casa de Alfonso XII. Nos reunimos en Canalejas, donde el Sátrapa (don Vicente Rodríguez Casado) acababa de llegar de Roma, y nos fuimos los tres al compás de Santa Clara y Torre de Don Fadrique y luego a San Clemente y, como el Santísimo estaba expuesto, nos arrodillamos Angelito y yo. Cassieri, que venía detrás, se sentó en un banco y me hizo seña de que me sentara a su lado.  Al salir, le preguntó Angelito muy serio:
    - Giuseppe, tu sei cattolico?
    - Certo! – respondió con su gran sonrisa eufórica -   Cattolico, ma non praticante!
    Hablaron de Papini, que acababa de publicar su polémico libro sobre el Diablo, y llegamos paseando hasta la placita de Santa Marta, donde nos despedimos hasta el domingo a las doce.  Esta vez fui yo el que faltó a la cita, pues el domingo a las once nos fuimos la familia a Higuera de la Sierra, así que no me pude despedir de Cassieri. 
    El curso siguiente lo pasó Angelito en Roma, en la casa matriz del Opus en el Viale Bruno Bozzi, en Parioli.  Le pregunté por Cassieri en alguna carta y Angel me dio a entender que tenía en Roma ocupaciones más importantes.
   En enero del 59 fui yo a Italia por primera vez y, como es natural fui a Venecia, a una Venecia gris y húmeda sin turistas y con acqua alta, muy parecida a la Sevilla inundada por las crecidas del Guadalquivir, con pasadizos de tablas sobre ladrillos en las calles angostas.  En el escaparate de una librería o papelería y como a través de una tela metálica vi un librito, no recuerdo el título, ¿Il calcinaccio, La siesta?, cuyo autor era Giuseppe Cassieri.  Pasó el tiempo, y yo por mudanzas y avatares de todo tipo, y diez años después, en marzo del 69, llegaba a Roma para quedarme.   Algo supe de Cassieri por una breve polémica que sostuvo con Giambattista Vicari, el director de la revista Il Caffè, que vivía en Via della Croce y a quien referí la aventura sevillana.  Busqué su nombre en la guía y lo llamé y, aunque insistí en que yo era el sevillano que no hablaba italiano, dijo acordarse perfectamente de mí, entre otras cosas porque había vuelto a Sevilla, y en el escaparate de una librería había visto un libro mío con mi fotografía, de gafas y bombín.  Yo había visto recientemente una historieta suya en televisión sobre la Italia cotidiana de la trasguerra y una entrevista suya en Il Messaggero a una hija de Unamuno en Salamanca. Me dijo que Il Messaggero le había contratado un elzeviro a la semana y que con ese motivo había viajado a Salamanca para la entrevista. No sé cómo nos las arreglábamos que siempre nos llamábamos en un momento crítico de la vida conyugal, y él desde luego se ponía nerviosísimo. Estaba visto que no había manera de que nos viéramos en Roma, y quedamos en que, aprovechando unos días de vacaciones, le haríamos una visita en Minturno, cerca de Gaeta, donde él tenía una casita.  Esto debió de ser en junio del 71.  Veníamos nosotros del litoral adriático, de Rímini, de Urbino, y por fin nos encontramos.  Estaba igual que hacía veinte años y su mujer era una joven señora rubia, esbelta, simpática y, como pronto pude comprobar, algo celosa. Fuimos a cenar al aire libre, y yo pedí salmonetes, que no es pescado del Tirreno, sino del Adriático, entre otras cosas porque me acordaba de un poema de Montale traducido por Angelito Medina en el que hablaba de la triglia moribonda, y él me dijo:
    - Senti, se ci tieni, prenditi la triglia.
    Ella quería saber a toda costa la fecha del viaje de él a Sevilla y qué era lo que había pasado y, cuando yo empecé a evocar nuestro encuentro, él, muy nervioso, me interrumpía y trataba de cambiar il discorso. Por lo que deduje, ya entonces estaban casados o eran novios formales.  No sé si aludí al general De Lorenzo, que se presentaba con monóculo como candidato por el MSI a las elecciones después de haber fichado a toda la clase política como jefe del SIFAR o servicio de información y de haber tramado más tarde, como comandante general de los Carabinieri, un golpe de Estado con el Presidente Segni y la Embajada de Estados Unidos.  Por cierto, después de la labor de  schedamento de personajes por De Lorenzo, comentaba Andreotti que el único desconocido que ya quedaba en Italia era el soldado del Altare della Patria.  La señora no cejaba, sin embargo, y me imagino que al retirarnos nosotros a nuestro hotel, se reproduciría la escena de celos retrospectivos, posiblemente endémica en aquel matrimonio.  Mucho me temo que el vehemente Giuseppe hubiera regresado a Italia y a su dolce metà con algún que otro recuerdito de la bellíssima cordobana del burdel sevillano.
   Por aquel tiempo salió un libro suyo, Offerta speciale, y un par de años después, uno mío, La lanterna magica.  Lo invité a la presentación de mi novela en la Librería de Remo Croce, en el Corso Vittorio Emanuele, pero cuando le dije que el editor era Rusconi, que en aquella coyuntura de centrosinistra tenía fama de editore nero, dio muestras de nerviosismo y yo traté de tranquilizarlo. El caso es que no apareció la noche del acontecimiento.  A ella sí que la volví a encontrar, en la misma librería de Remo Croce, en la presentación de Aquilegia de Guido Ceronetti a cargo de una joven actriz: Stefania Sandrelli. 
(Stefania Sandrelli)
La  bella Signora Cassieri, sentada entre el público, me miraba de un modo enigmático y no sé si receloso. Al levantarnos para el convite, me acerqué a saludarla, creo que me reconoció y le di expresiones para il caro Giuseppe. 

(Fragmento de unas memorias inéditas)

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