Las verdades del porquero


"La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero" (Juan de Mairena)

El hastío de Dios

Alfonso Ussía

A Dios, escrito sea con devoción y respeto, se le ha ido de la mano la Iglesia vasca. No la entiende. Y se ha aburrido. Hasta los altos ámbitos del Misterio ha llegado el hastío. Una mota en el universo, un lunar en el planeta tierra, se han empeñado en aburrir a Dios, y me temo que lo han conseguido. Con colaboración, claro. Aquí le echamos la culpa a Dios, que es lo más fácil, y nos olvidamos de los hombres, sus instrumentos. La confusión es comprensible. Entre el bien y el mal no hay diferencia, sino niebla, y se pasa de un lado al otro con pasmosa facilidad. Que había asesinado la ETA a Gregorio Ordóñez, legítimo representante de los donostiarras en el Ayuntamiento de San Sebastián, y muchos sacerdotes se negaron a oficiar una Misa por su alma. Que le preguntaron al entonces obispo de San Sebastián si presidiría un oficio religioso por un guardia civil asesinado y respondió que no, porque ello escandalizaría a una buena parte de sus feligreses. Que recibió en su despacho, mientras escribía, sin levantar la mirada, a María San Gil y María José Usandizaga, concejalas del Partido Popular en San Sebastián. No iban de políticas, sino de cristianas, a pedir al pastor de Guipúzcoa el consuelo y el amparo que éste les negaba. Y el pastor de Guipúzcoa, en un momento dado, dejó la pluma, alzó la cabeza y preguntó a las dos mujeres: «¿Dónde está escrito que hay que querer a todos los hijos por igual?». Que en algunas sacristías de parroquias e iglesias de las provincias vascas, a escasos metros del Santísimo expuesto, se escondían pistolas, metralletas, municiones y pasamontañas. Que los sacerdotes vascos comprometidos con la vida, la paz, la concordia y los derechos humanos, o lo que es igual, comprometidos con Dios, han sido perseguidos hasta su casi desaparición en sus raíces. Que el anterior obispo de San Sebastián afirmó que no era necesario que la ETA dejara de matar para negociar un futuro político con la banda terrorista. Se entiende el hastío de Dios. Que en los recintos públicos y privados de los obispados vascos se han recibido con mucha más efusión, comprensión y caridad a los familiares de los asesinos que a las víctimas del terrorismo. Que para algunos prelados vascos los Diez Mandamientos de la Ley de Dios se han reducido a nueve, porque el Quinto, «No Matarás», se ha borrado de la tabla. Que los lugares sagrados han servido para alojar y mantener a terroristas perseguidos por las Fuerzas del Orden Público. No puede extrañarnos la sensación de fracaso de Dios. Y ahora, cuando los vascos se disponen a votar a sus representantes autonómicos y el Estado de Derecho ha prohibido a las organizaciones terroristas que tengan acceso a los ámbitos democráticos, el señor obispo de San Sebastián, pastor de los guipuzcoanos, monseñor Uriarte Goricelaya, tío de la sempiterna abogada de los asesinos, nos sorprende con unas palabras de muy complicada misericordia. «Supone un mal para la comunidad política la detención de políticos de la izquierda abertzale y la ilegalización de s u listas electorales». Posteriormente, justifica su alineación con los emisarios del odio y la sangre admitiendo que el proceder de alguno de esos dirigentes puede proceder repugnante. Pero lo repugnante es el proceder del Obispado de San Sebastián, el de antaño y el de hogaño, tan indigno de la Cruz, tan cansado para todos, tan incomprensible para el mismo Dios, que nada puede hacer mientras los suyos no lo remedien.

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