Entrevista de Isabel Lancha en ABC

«César me dijo que ninguna francesa vale lo que una española»

POR ALFREDO VALENZUELA
-Cuando lo conocí no había leído ningún libro suyo, sólo los artículos del ABC. Y además se lo dije: «No, si yo no he leído nada tuyo». Creo que le hizo gracia la sencillez con la que se lo dije. Y ahí empezó la amistad nuestra. Ahora sí tengo tres tomos suyos muy bonitos y los releo de vez en cuando. Son preciosos, de una humanidad enorme.
-Los tendrá dedicados.
-No, no los tengo dedicados porque los compré después (risas)... El que tengo dedicado es el que escribió Antonio El Bailarín en la cárcel, cuando lo metieron en la cárcel porque blasfemó en Ronda. Yo conocí mucho a Antonio y fui una fan suya, no histérica como las niñas de ahora, que chillan.
-¿Y le escribió muchas cartas?
-Bueno, las que le dio tiempo, porque murió enseguida, nos conocimos en la Feria de Abril y él murió en diciembre de ese año. No sé donde habré puesto un cuaderno que tenía con poesías mías, que a César le gustó mucho, y él me escribió otra: «Qué bien sientan, Isabel / esas flores que tú llevas / a estas flores de papel. / Te digo y no te digo, Isabel / lo que yo siento por tí / y que sin tí yo no siento. / Y serás de otro hombre / no del hombre que vive en mi muriendo, / y serás otras cosas / no las cosas que yo te estoy diciendo. / En otoño, dulcemente, y a tu lado / sueña soñando con tu primavera / esperando el milagro todavía / de ser dentro de tí lo que yo era / aunque sin conocerte te quería...» Él estaba muy enfermo, estuvo muchos años muriéndose...
-Su famosa mala salud de hierro...
-Sí, César bromeaba diciendo que, inconscientemente, paraba el coche de la funeraria.
-¿Usted era muy lectora cuando le conoció?
-Yo he leído siempre, no es que haya leído mucho, pero más que las niñas de mi época sí. Me gustaba y siempre estaba metida en el mundo de los artistas y de los pintores, estuve trabajando de galerista casi veinte años. Siempre me ha gustado ese mundo. Cuando había un conferencia de Romero Murube siempre iba, y un día cené con él, estuve en su despacho y me enseñó todo el Alcázar y los rosales que a él le gustaban... O cuando cené con Antonio El Bailarín, en casa de la duquesa de Peñaranda, los tres y un amigo más. A mí esas cosas me han gustado mucho.
-¿Cómo fue su encuentro con César?
-Yo estaba en el hotel Alfonso XIII con unos amigos, y él estaba allí, y era muy delgado, más que tú. Luego llegaron los Peralta, nos saludaron y nos dijeron que iban a recoger a González-Ruano, se sentaron a nuestro lado y nos presentaron. Había dos francesas con ellos, pero César me dijo: «Tú te vendrás a cenar con nosotros ¿no?» Y yo le dije que él ya estaba con dos francesas, pero me contestó: «Ninguna francesa vale lo que una española». Después me llamó desde Madrid y me dijo que venía para la Feria y que quería verme.
-¿Y dónde quedaron?
-En el Alfonso XIII. Yo no iba a ir sola, así que me acompañó mi amigo José María Basterrechea, que era alto y guapo, y cuando lo dejé para quedarme con César le dije que por una vez cambiaba la belleza por la inteligencia (risas). Nos vimos los días de Feria. Después se fue a Madrid y a Nueva York, desde allí me escribió: «Existo y te recuerdo. César». Luego me enteré de que se puso malo, yo le escribía al Café Gijón, y él me contestó con una tarjeta que sólo decía «Gracias». A mí me extrañó esa cosa tan lacónica, pero al día siguiente de recibir esa carta me enteré de que se murió. Sentí un dolor con la muerte de César, porque le admiraba mucho.
-¿Tenía mucho atractivo?
-Era muy sencillo, se ponía a tu altura, como si tú valieras igual que él, como si tú supieras tanto de literatura como él, y te sentías cómoda.
-¿No era engreído?
-¡Nada, nada, nada!
-¿Y elegante?
-Elegantísimo, con esos pañuelos...
-¿Y qué le gustaba de la Feria?
-Él estaba en casa de los Peralta, en el campo, venía por la tarde y sobre las doce o doce y media de la noche se marchaba. Yo tampoco he sido nunca ave nocturna. Creo que ya no tenía salud para trasnochar y tirarse en la feria mañana y tarde. El día antes de marcharse estuvimos comiendo en Triana. Un día de la Feria estuvo con nosotros Mel Ferrer, que se acercó para conocer a César.
-¿Y sus amigas, qué decían al verla con César y con Mel Ferrer?
-Me puse un poco pedante (risas). A los pocos días teníamos un cóctel de inauguración de una exposición de tapices de Pili Mencos, que hace unos tapices preciosos, y yo, que iba con César, les dije: «Adiós, el martes nos vemos en la exposición de las Mencos».
-¿Y en su casa?
-Un día me invitó a los toros, y no fui y me arrepentí toda mi vida. Dije que César tenía entradas para los toros, pero mi hermana María Rosa me dijo que ella creía que yo no tenía que ir a los toros con César, y no fui. ¡Ya ves, ir a los toros con César!
-¿Cuando lo conoció ya era usted galerista?
-Entonces estaba yo posando para el escultor Nicomedes, que me hizo una cabeza muy bonita.
-¿También era modelo?
-No, no, como estaba siempre con los artistas, me sacó a mí porque le dio la gana. Nicomedes tiene un Don Juan Tenorio en los Jardines de Murillo y un monumento a Rilke en Ronda. El mundo de los artistas es el mejor que hay.
-Pues César fue coleccionista, ¿no hablaban de arte?
-No, de arte no, más de literatura... En una de sus cartas me dijo que yo era su última ilusión...
-Claro, como usted fue su musa...
-Ah, musa, sí, musa, pero cinco o seis días, porque se murió enseguida... no sé cómo se muere así la gente...
María Isabel Lancha dice que «el mundo de los artistas es el mejor que hay»

Comentarios

  1. Sarkozy diría que las italianas.Como dice uno en cuestión de gustos,cada uno,una o une tiene el suyo.Pasa con los votantes del pp acerca de Gallardon,a unos gusta y a otros no.

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