Memoria y amnesia

- Jueves, 03 de Agosto de 2006 -

Memoria y amnesia
Aquilino Duque
Hace años, en el umbral del tránsito de régimen, escribí y publiqué un poema titulado Amnistía en el que procuré exponer, acaso con torpeza, las verdaderas intenciones de los que entonces llenaban calles y plazas con ese grito de guerra, de guerra civil, que no otras eran las intenciones de los vociferantes. Esa amnistía se concedió a los que naturalmente la necesitaban, que eran los que, incluso con las manos manchadas de sangre, languidecían en prisión por su heroica lucha contra el régimen, que éste tenía la avilantez de tipificar como terrorismo. Los beneficiarios de la amnistía pudieron pues, gracias a la generosa democracia, volver a ejercer de nuevo su arriesgada profesión, y no es cosa de enumerar aquí las heroicas proezas realizadas por ellos desde entonces hasta la fecha. Los demócratas pensaban que los podrían amansar con sus complacencias y lo intentarían todo, desde los privilegios penitenciarios hasta el contraterrorismo más inconfesable.El contraterrorismo aquel fue inconfesable porque el autodenominado “Estado de Derecho” no podía oficialmente tratar como delincuentes y reos de alta traición a sus cómplices de la víspera en la heroica lucha por las libertades, pero el fracaso fue tal que hubo que hacer lo que todo Estado “civilizado” y postmoderno hace en estos casos: pactar y negociar con la mala vida. Esos pactos y esas negociaciones vendrían a coincidir con el alumbramiento de un concepto que era al parecer el antónimo de aquella “amnistía” de treinta años atrás, pero que en realidad significaba lo mismo. Ese nuevo concepto era el de la “memoria histórica”, que yo he llamado y llamo “memoria senil” y cuya finalidad es la misma que aquella “amnistía” de entonces: ganar la guerra civil perdida hace más de setenta años, si preciso fuere con una nueva guerra civil.Esta “memoria” y aquella “amnesia” –que eso es lo significa “amnistía”– no son conceptos opuestos, sino complementarios, ya que en su virtud se trataría de condenar en bloque el pasado perfecto y de beatificar el pasado imperfecto, de ahí que me haga pensar en una “memoria senil” minuciosa para lo remoto y amnésica para lo inmediato y, lo que es más grave, lo presente. Es posible que el Partido de los cien años de honradez haya recapacitado y recordado que hace setenta años era el Partido de las doscientas checas y por eso haya edulcorado algo su anteproyecto de ley de “memoria histórica” con gran irritación de los grupúsculos rojoseparatistas, máximos beneficiarios de la “amnistía” susodicha y de una inicua ley electoral. Ahora bien, edulcorada y todo, esa ley sigue siendo perniciosa para la convivencia civil y es de esperar que el partido de la oposición no se deje embaucar una vez más y añada otra vileza a algunas cometidas, si no por acción, por omisión, cuando estaba en el Poder. Mi respuesta a ciertos cantos de sirena sería ésta: Vuelvan a poner la estatua de Franco donde estaba y entonces hablaremos.

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